Se refiere a esa alegría profunda, secreta, que nace de saber que ni estoy solo/a ni lo he estado nunca, porque "desde el vientre materno Dios me formó", es "mi fuerza", y hoy me hace inmerecidamente "luz" para los demás. (Padre Manolo Morales o.s.a.)
Nuestra alegría no debe ser sólo circunstancial, sino perenne. Es una alegría que viene de la certeza de la fe, de la constancia en la fidelidad al amor, de la presencia del divino entre nosotros.
Jesús pasó por el sufrimiento extremo de la cruz para que nadie quede sin respuesta delante del dolor. En Él todos los “porqués” son respondidos y todas sus respuestas muestran la entrega total a Dios en la hora de la oscuridad como garantía y certeza de la resurrección.
Por lo tanto, aunque mi corazón grite: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”, que todo mi ser diga inmediatamente: “En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu”.
Esta es la alegría que podemos transmitir: la certeza de la salvación, la fe en la resurrección.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento