Es lo más íntimo y valioso que tengo, mi voluntad. Por eso, tiene tanto valor entregársela a Quien me ha creado, convencido de que, juntos, Él y yo, haremos de mi vida una divina aventura, para felicidad mía y de quienes me rodean. (P.M.)
Jesús confirma el salmo cuando dice en Juan 6,38 “Porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió.”
Cuando amamos a alguien, hacemos su voluntad con alegría.
A primera vista, hacer la voluntad de Dios parece exigir renuncias. Y es cierto, sin embargo, al hacer Su voluntad descubrimos que siempre es lo mejor para nosotros y quedamos felices. Lo que parecía una renuncia se convierte en alegría plena.
Otro ejemplo muy cercano a nosotros es el de María. Cuando el ángel le anunció que sería la madre del Salvador, ella respondió: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc. 1,38)
Ella adhirió con alegría al plan de Dios y cumplió su santa voluntad.
Hoy día, en todas las situaciones, repitamos este salmo con convicción: Aquí estoy, señor, para hacer tu voluntad.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento