Dice el santo Eymard que "el mundo está enfermo porque no adora". En efecto, olvidar que sobre nosotros, en medio de los problemas, propios y de nuestro mundo, está la mano de un Dios Amor que nos acompaña, es enfermar espiritualmente. (Padre Manolo Morales o.s.a.)
Confiar en la Providencia es acoger con fe, el misterio de un Dios que cuida de nosotros en cada detalle de la vida. Jesús nos enseñó este abandono confiado cuando dijo: “Miren los lirios del campo, Miren los pájaros del cielo… (Mt. 6, 26-28). Él nos invita a vivir sin ansiedad, seguros de que el Padre celestial sabe lo que necesitamos, incluso antes de que se lo pidamos. Confiar en la Providencia significa hacer nuestra parte con responsabilidad y, al mismo tiempo, poner nuestro corazón, sin desesperanza, en las manos de Dios. En momentos de crisis o duda, confiar en la Providencia es un acto de fe que nos libera del miedo y nos llena de esperanza. Es la certeza de que no estamos solos, de que hay un significado mayor detrás de cada acontecimiento y de que todo coopera para el bien de quienes aman a Dios (cf. Rom. 8,28). Abrazos, Apolonio Carvalho Nascimento
El evangelista Lucas refiere esta enseñanza de Jesús y nos lo muestra con sus discípulos camino de Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección. Por el camino se dirige a ellos llamándolos «pequeño rebaño» (Lc 12, 32), Y les confía lo que tiene en el corazón, las disposiciones profundas de su ánimo. Entre estas, el desapego de los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y la vigilancia interior, el esperar activamente el Reino de Dios.
En los versículos anteriores, Jesús los anima a desprenderse de todo, hasta de la vida, y a no angustiarse por las necesidades materiales, porque el Padre sabe lo que necesitan. En lugar de eso los invita a buscar el Reino de Dios y los alienta a acumular «un tesoro inagotable en los cielos» (Le 12, 33). Ciertamente, no es que Jesús exhorte a la pasividad ante las cosas terrenas, a una conducta irresponsable en el trabajo; lo que quiere es quitarnos la ansiedad, la inquietud, el miedo.
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Aquí, corazón se refiere al centro unificador de la persona, que da sentido a todo lo que vive; es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. En general indica las intenciones verdaderas, lo que uno piensa, cree y quiere realmente. El tesoro es lo que para nosotros tiene más valor, es decir, nuestra prioridad, lo que creemos que da seguridad al presente y al futuro.
Afirma el papa Francisco: «Hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero. Solo nos urge acumular, consumir y distraernos, presos de un sistema degradante que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas»[1]. Pero en lo más íntimo de toda mujer y de todo hombre hay una búsqueda apremiante de esa felicidad verdadera que no defrauda y que ningún bien material puede saciar.
Escribía Chiara Lubich: «Sí, existe lo que buscas; hay en tu corazón un anhelo infinito e inmortal; una esperanza que no muere; una fe que traspasa las tinieblas de la muerte y es luz para aquellos que creen: ¡no en vano esperas y crees! ¡No en vano! Tú esperas y crees para Amar»[2].
«Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón».
Esta Palabra nos invita a hacer un examen de conciencia: ¿cuál es mi tesoro, lo que más me importa? Este puede adquirir diversos matices, como el estatus económico, pero también la fama, el éxito, el poder. La experiencia nos dice que hace falta volver continuamente a la vida verdadera, la que no pasa, la vida radical y exigente del amor evangélico:
«Para un cristiano no basta con ser bueno, misericordioso, humilde, manso, paciente ... Debe tener por los hermanos la caridad que nos enseñó Jesús. [...] Porque la caridad no es estar dispuesto a dar la vida. Es dar la vida»[3].
A cada prójimo que se nos cruza durante el día (en la familia, en el trabajo, por todas partes) debemos amarlo con esta medida. Y así vivimos sin pensar en nosotros, sino pensando en los demás, viviendo los demás, y experimentamos una libertad verdadera.
Augusto Parody Reyes y el equipo de la Palabra de Vida
Hace bien recordárnoslo mutuamente sin rodeos: somos ciudadanos del cielo, estamos aquí de paso. Cuando se produzca "la mudanza", solo nos llevaremos allí el amor y las obras hechas por amor. Que nuestros bienes aquí, pues, sirvan al amor. (Padre Manolo Morales o.s.a.)
Jesús nos invita a vivir con el corazón libre, a no hacer de los bienes materiales el centro de nuestra vida. Cuando nos apegamos demasiado a las cosas, corremos el riesgo de ser dominados por ellas. La verdadera seguridad no reside en lo que poseemos, sino en la confianza en Dios y en la vivencia del amor. El desapego es, por tanto, un ejercicio de libertad interior. Significa aprender a usar los bienes sin permitir que nos posean. Significa compartir con generosidad, vivir con sencillez y cultivar un corazón agradecido, incluso en la escasez. Que cada día podamos abrir la mano del superfluo, valoremos lo esencial y busquemos los tesoros eternos, como la fe, la solidaridad, la justicia y la paz. “Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.” (Lc. 12,34)