El profundo encuentro personal con Dios en la oración redefine toda nuestra existencia. Reconocerlo como autor de la gracia nos concede la posibilidad de amar como hijos, de perdernos en su mirada, hasta convertirnos en oración viva.
[…] Como sabemos, nuestra espiritualidad, personal y comunitaria a la vez, nos lleva a extender nuestro amor verticalmente –como se dice hoy– hacia Dios, y horizontalmente hacia el prójimo; y la santidad que se deriva de ello, es consecuencia de la presencia equilibrada de estos dos amores.
Pero a algunos les resulta fácil –y lo está demostrando la tendencia que se da al activismo– desarrollar especialmente la dimensión horizontal del amor y quizá no tanto la vertical.
Es verdad que nosotros, todo lo que hacemos lo dirigimos normalmente a Él: por Él amamos, por Él trabajamos, sufrimos, rezamos…
Pero si, con el continuo “hacernos uno” con los prójimos, muchas veces hemos llegado a amarlos también con el corazón, ¿estamos igualmente seguros de amar a Dios no solo con la voluntad, sino a la vez con el corazón?
Al final de nuestra vida no podremos presentarnos a Dios junto con los demás, con la comunidad, sino que tendremos que hacerlo solos.
¿Estamos seguros de que, en aquel momento, todo el amor reunido en nuestro corazón a lo largo de nuestra existencia se volcará espontáneamente, como debería ser, en Aquel al que tendríamos que haber amado siempre, al que por fin vemos y que nos juzgará?
[…]
Sin duda, también a nosotros nos llegará ese momento y, si lo tenemos presente, deberíamos desde ahora tratar de profundizar mejor y al máximo en nuestra relación con Dios.
En efecto, podemos amar como siervos y tratar de cumplir todo lo que el patrón quiere sin dirigirle la palabra; o podemos amar como hijos, con el corazón lleno del Espíritu Santo, de amor y de confianza en nuestro Padre: una confianza que nos lleva a hablar frecuentemente con Él, a contarle todas nuestras cosas, nuestros propósitos, nuestros proyectos; una confidencia, un deseo divino que nos lleva a esperar con impaciencia a que llegue el momento dedicado exclusivamente a Él para ponernos en contacto profundo con Él.
¡Esta es la oración, la oración verdadera! A ella debemos aspirar, hasta ser oraciones vivas.
Hay una hermosa frase del teólogo Evdokimov, a propósito de la oración, que dice: “No basta con hacer oración, es necesario transformarse en ella, ser oración, construirse en forma de oración…»¹.
Construirse en forma de oración, ser oración, como quiere Jesús, que dijo: “Es preciso orar siempre»².
Creo que en el corazón de muchos de nosotros hay un verdadero patrimonio de amor sobrenatural que puede transformar nuestra vida en auténtica oración, que puede construirnos en oración. Se trata de recogerlo en los momentos oportunos.
En los próximos días esforcémonos, pues, en hablar a menudo con Dios, incluso en medio de la actividad. Tratemos de mejorar precisamente en esto.
Decir “por ti” antes de cada acción ya la transforma en una oración. Pero no basta. Iniciemos un coloquio íntimo con Él cada vez que sea posible. Solo así podrán florecer en nuestros labios, al final de la vida, expresiones de amor a Dios semejantes a las de los santos. […]
Chiara Lubich
(Chiara Lubich, Conversazioni, Cittá Nuova 2919, pag. 551-553)
1. P. Evdokimov, Ortodossia, in Aforismi e citazioni cristiane, cit. p. 153.
2. Cf. Lc 21, 36.