¡Jesús, que estás en tanta muerte hundido!
¡Dios nuestro, en esa cruz Abandonado!
¿Tan repugnante fue nuestro pecado
para dejar tu Amor así de herido?
Contemplo, como un mar embravecido,
los dolores sin fe de nuestro mundo.
¿Cómo podrá tu Amor ser tan fecundo
que nos lo vuelva calmo y redimido?
Me lo enseñaste de muy niño un día,
al comprobar que todo acaba y muere
(- ¿no eras, madre, lo que yo más quería? -):
Que es solo con querer lo que Dios quiere
como transformas nuestra noche en día
y hace tu Amor valer lo que nos hiere.
Contemplando el mar hoy embravecido, 26 de octubre de 2020, desde uno de los baluartes de la ciudad de Cádiz, las Murallas de San Carlos. El recuerdo de la muerte de mi madre, cuando solo contaba 9 años, es una de mis primeras “lecciones” aprendidas del Amor y el Dolor de Dios.
Recordando los textos de la Escritura:
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?” (Marcos 15,34)
“Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose por nosotros maldición”
(Gálatas 3,13)
“Al que no conocía pecado, lo hizo pecado en favor nuestro” (1ª Corintios 5,21)
“Era necesario” (Marcos 8,31)
“Ha venido… a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20,28)
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga” (Lucas 9,23)