Si somos humildes, escucharemos más de una vez a Dios reprocharnos con infinita ternura ese terco descontento con nosotros mismos: "No maltrates tus límites. Acéptate. Yo te quiero así. Eres lo que eres; no te empeñes en ser lo que no eres". (Padre Manolo Morales o.s.a.)
Estos dos comportamientos son el resultado de una falsa humildad.
La verdadera humildad es ponerme delante de Dios con el corazón lleno de gratitud, incluso por los dolores y dificultades que enfrento; es saber que incluso siendo muy pecador, Dios me acoge y me perdona, y que soy digno de Su amor gratuitamente.
Por lo tanto, si Dios tiene misericordia de mí, yo también debo ser misericordioso conmigo mismo.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento