Si ese amor nos llegó al nacer, ¿no estará queriendo desde entonces hacernos hijos suyos desarrollados, y no nos estaremos enterando? ¿Se tratará solo de darnos por enterados, de creerlo juntos, de dejarle hacer -barro en manos del Alfarero-? (Padre Manolo Morales o.s.a.).
A menudo, deseamos cambiar por nuestra cuenta, corregir nuestros defectos, superar nuestras heridas y ser mejores personas. Sin embargo, solo el amor de Dios tiene el verdadero poder de renovarnos por dentro.
Este amor no impone ni obliga, sino que espera pacientemente nuestra apertura. Entra suavemente en los espacios de nuestro corazón en la medida en que se lo permitimos. Y cuando esto sucede, comienza la transformación: nuestras actitudes se vuelven más comprensivas, nuestra mirada más compasiva y nuestras palabras más constructivas.
Ser transformado por el amor de Dios es permitir que Él nos moldee a su imagen día tras día. Es dejar que sane nuestras heridas, que nos libere de nuestras prisiones interiores y nos enseñe a amar como Él ama: con gratuidad, con perdón y con entrega plena.
Acoger este amor es confiar en que, incluso en los momentos de dolor, Él está obrando en nosotros.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
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PALABRA DE VIDA NOVIEMBRE 2025. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
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