Cuando intento hacer la voluntad de Dios, sin siquiera darme cuenta, soy motivo de alegría para quien está a mi lado.
Ser motivo de alegría para alguien no significa ser permisivo en satisfacer sus caprichos y anhelos, ni tampoco solo proporcionar diversión y ocio. Significa amar a cada persona según sus necesidades.
Una vez, impulsado por la pregunta de Jesús: _"Pedro, ¿tu me amas?" (Jn. 21,17), hice un gesto de amor hacia una señora que se me acercó en la puerta de una Iglesia y compré todos los medicamentos que necesitaba. Parecía que Jesús me estaba haciendo la misma pregunta a través de esa señora. Su alegría fue inmensa. Agradecía a Dios emocionada. Y me dirigió una mirada de gratitud que recuerdo hasta el día de hoy.
Mi alegría también fue muy grande. La de haber podido decirle a Jesús en aquella señora: _"Sí, Jesús, te amo".
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento