El hecho de dar alivia el corazón, porque para practicarlo, es necesario desprenderse de aquello que estamos dando.
Como el desapego nos libera del egoísmo, es natural que se empiece a practicar la generosidad.
Cuando el amor nos lleva a dar algo, eliminamos todos los pesos del corazón y experimentamos la alegría de hacer más feliz a la otra persona con ese pequeño gesto.
Podemos dar cosas, cariño, amabilidad, conocimientos y nuestros talentos. Cuanto más damos, más nos llenamos de virtudes, que nos llevan no sólo a dar cosas, sino a darnos nosotros mismos en cada gesto.
Después de un día entero de amar al prójimo, nuestro corazón se regocija con la felicidad inconfundible que nos asegura que hay más alegría en dar que en recibir. (Cf. He. 20,35)
Incluso si al final de este día nos sentimos cansados, que sea el cansancio del amor y de la donación que alegra el corazón y nos acerca a Dios.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Por eso, mejor no perder tiempo en lamentarnos ante los desengaños. Si no llega la gratitud que esperábamos, que el amor no deje de estar en movimiento, porque "la dicha" es el amor mismo, y amar "sin cobranzas" nos hace más fuertes. (P.M.)