Podemos decir palabras hermosas que encanten a las personas, pero un don mayor que el de la palabra es el don de la escucha. Saber escuchar y ser misericordioso con los que hablan. No interrumpir para decir nuestra idea o para dar consejos, no tener respuestas listas, sino escuchar, simplemente escuchar.
Al final, incluso si no hemos dicho una sola palabra, el otro se sentirá amado. Y se sentirá más amado aún si no se siente juzgado por lo que dice, porque la misericordia debe prevalecer sobre el juicio.
Solo después, y también por amor, podemos decir nuestros pensamientos.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
apoloniocnn@gmail.com
Así se construye el "mundo unido": con personas que escuchan respetuosamente. A quien nos ofrece un licor, no le presentamos el vaso lleno de otra cosa. Ser ese "vaso" vacío de nosotros mismos es la luz de nuestros diálogos. (P.M.)