Cada persona que encontramos merece ser amada, pero las que sufren merecen una atención especial porque en ellas podemos reconocer el rostro de Jesús Crucificado.
Muchas veces no podemos resolver la dificultad por la que atraviesa nuestro prójimo, pero nuestra presencia solidaria le brinda consuelo y luz, para soportar y enfrentar los momentos de dolor con serenidad.
Estar disponibles, hacer todo lo que esté a nuestro alcance para aliviar su sufrimiento. Hacer al otro lo que nos gustaría que nos hiciesen si estuviésemos en la misma situación.
El que ama cuida: da atención, dedica tiempo, escucha los lamentos, asume los dolores como propios, “se hace uno” en el sufrimiento.
En otras palabras: ama a su prójimo como a él mismo.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Eso nos mantendrá humanos, iguales, fraternos, humildes. Subir en grupo la montaña exige una regla: ir al ritmo del más débil. ¿No es así en la vida de familia? Dejar atrás al más débil será siempre un fracaso de nuestro cuerpo social. (P.M.)