Para escuchar profundamente a cada persona, lo primero que debemos hacer es dejar de hablar.
“Hacerse uno” con el otro, para que él pueda expresarse libremente y se sienta acogido.
Podemos comunicar nuestra opinión como una ofrenda de amor, después que el otro haya explicado todo lo que quería decir.
Después de una profunda comprensión de la situación expuesta, ofrecer otra opción, si fuese el caso, de modo totalmente gratuito y sin condicionamientos.
Si es necesario, brindar aclaraciones para preservar la unión.
Cuando logramos privarnos de hablar por amor al prójimo, descubrimos que nuestro silencio acerca el corazón del otro al nuestro y hace posible la unidad
No tanto por el mucho tiempo como por el "mucho amor" que le prestemos; empezando por nuestro "Primer Prójimo", el Dios que llevamos dentro. Prisas y activismos no frivolicen nuestras relaciones, que son nuestro mayor tesoro. (P.M.)