Las motivaciones de mis acciones no deben ser mis intereses personales, sino cuánto puedo servir a las personas que me rodean.
Esta apertura a los demás me libera de las trampas del egoísmo, llevándome al desapego de lo que poseo y haciéndome pobre de espíritu, que es el primer paso hacia la verdadera felicidad.
La felicidad está donde nadie la busca. Está en la pobreza de espíritu, en ser consolado por Dios, en la humildad, en la justicia, en la mansedumbre, en la misericordia y en la pureza de corazón.
Quien aprende a ser pobre de espíritu descubre que es rico en su corazón, porque posee el Reino de los Cielos. (Cf. Mt 5,3)
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento