Pablo amaba a la comunidad de Tesalónica, ejemplar por su vida, su testimonio y sus frutos; les escribe esta carta cuando aún vivían muchos de los contemporáneos de Jesús que lo habían visto y oído, testigos de su muerte y de su resurrección y luego de su ascensión; les suplica que se lea a todos (5, 27) Y anota en ella unas recomendaciones que resume así:
«Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros».
En estas apremiantes exhortaciones no se trata solo de qué se espera Dios de nosotros, sino de cuándo: siempre, constantemente.
Pero ¿se puede mandar que estemos alegres? La vida nos sorprende a todos con problemas y preocupaciones, con sufrimientos y angustias. Y sin embargo, para Pablo hay una razón que hace siempre posible «esa alegría» a la que alude. Él recomienda a los cristianos que se tomen la vida en serio para que Jesús pueda vivir en ellos con la plenitud que prometió después de su resurrección. Él vive en la persona que ama, y cualquiera puede adentrarse en el camino del amor con desapego de sí mismo, con un amor gratuito a los demás, aceptando el apoyo de sus amigos, manteniendo viva la confianza de que «el amor lo vence todo»[1].
«Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros».
Dialogar entre personas de distintas religiones y convicciones lleva a entender aún con más hondura que rezar es una acción profundamente humana; la oración eleva a la persona.
Y ¿cómo rezar ininterrumpidamente? El teólogo ortodoxo Evdokimov dice que «no basta con hacer oración, tener reglas, costumbres; hace falta convertirse en oración, ser oración encarnada, hacer de nuestra vida una liturgia, rezar con las cosas del día a día»[2]. Y Chiara Lubich subraya que «podemos amar [a Dios) como hijos, con el corazón lleno por el Espíritu Santo de amor y de confianza en nuestro Padre; una confianza que nos lleva a hablar frecuentemente con Él, a contarle todas nuestras cosas, nuestros propósitos, nuestros provectos»[3]
Y hay también un modo de rezar siempre que es accesible a todos: pararse antes de cada acción y centrar bien la intención con un «Por ti». Es una práctica sencilla que transforma desde dentro nuestras actividades y nuestra vida entera en una oración constante.
«Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros».
Ante cualquier cosa, dad gracias. Es la actitud que brota libre y sincera del amor agradecido por Aquel que, silenciosamente, sostiene y acompaña a los individuos, a los pueblos, la historia y el cosmos. Con gratitud a los demás que caminan con nosotros, que nos hace conscientes de que no somos autosuficientes.
Alegrarnos, orar y dar gracias: tres acciones que nos acercan a ser como Dios nos ve y nos quiere y enriquecen nuestra relación con Él. Con la confianza de que «el Dios de la paz os santifique plenamente (1 Ts 5, 23).
Así nos prepararemos a vivir más profundamente la alegría de la Navidad para hacer un mundo mejor, para ser tejedores de paz dentro de nosotros, en casa, en el trabajo, en las plazas. Hoy no hay nada más necesario y urgente.
Victoria Gómez y el equipo de la Palabra de vida
[1] Publio Virgilio Marón, Églogas, X, 69. Se puede ver una versión musical del grupo Gen Rosso en: youtube/10zGqA7ZQNO.
[2] P. EVDOKIMOV, "La preghiera di Gesú», en La novitá dello Spirito, Ancora, Milán 1997.
[3] C. LUBICH, «Construimos en oración», en Construir el castillo exterior, Ciudad Nueva, Madrid 2004, p. 47.O