La persona a quien damos algo debe darse cuenta que lo hacemos con alegría. No es por obligación o por descargo de conciencia. Es por amor. Y quien ama trae en sus acciones la marca de la alegría.
Una alegría que representa la paz interior que tenemos y que queremos compartir con todos.
Una alegría que nace de la conciencia de que Dios está presente en cada persona. Por lo tanto, abrirse al hermano es abrirse a Dios, que es la razón de nuestra alegría.
Es el juego del amor de Dios en nuestras vidas: cuanto más damos con alegría, más alegría tenemos en nuestro corazón; cuanto más amor damos, más nos ama Dios.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Siente el alma esa alegría cuando el amor es "por entero", sin reservas. Como Dios ama. Incluso entre lágrimas el corazón es capaz de cantar. Porque ese amor es la felicidad que buscamos todos aun sin saberlo, y a veces desesperadamente. (P.M.)