Al encontrarnos con alguien que está angustiado o afligido, debemos ponernos en su lugar y ver la situación desde su punto de vista. Sólo así podemos animarlo y consolarlo: entendiendo profundamente su problema, “haciéndonos uno” con él y asumiendo como nuestro su dolor.
Violencia, enfermedad, accidentes, fracasos, desilusiones o injusticias. No importa el tipo de sufrimiento y no importa el tamaño del dolor, lo que importa es nuestra presencia amiga y solidaria que le brinde consuelo y aliento.
Tal vez no tengamos la solución a sus problemas, pero sin duda, nuestro apoyo le dará coraje para enfrentarlos, para encontrar la paz interior y la fuerza para seguir adelante.
El amor ilumina, anima y consuela.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Debajo de tantos desconsuelos ¿no se esconde una angustiosa sed de Dios y del sentido último de la vida? Por eso, solo llevando nuestro "cántaro" siempre lleno de la consolación de Dios, podremos ser el "agua viva" de la consolación. (P.M.)