«Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 35)
Caminando con Jesús hacia Cafarnaún, los discípulos discuten animadamente entre ellos. Pero cuando Él les pregunta de qué discuten, no se atreven a responder, quizá porque les da un poco de vergüenza, pues estaba tratando de establecer quién era el mayor de ellos.
Jesús había hablado varias veces de su misteriosa cita con el sufrimiento, pero para Pedro y los demás era un tema demasiado difícil de entender y de aceptar. En realidad, solo después de la experiencia de la muerte y resurrección de Jesús descubrirán verdaderamente quién es Él: el hijo de Dios que da la vida por amor.
Por eso, para ayudarlos a ser en verdad sus discípulos, Jesús se sienta, los llama a su lado y les revela la verdadera naturaleza del «primado evangélico».
«Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
A pesar de las debilidades y los miedos de los discípulos, Jesús confía en ellos y los llama a que lo sigan para compartir su misión: servir a todos. Viene a la mente la exhortación del apóstol Pablo a los cristianos de Filipo: «Nada hagáis por rivalidad ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo» (Flp 2, 3-5). Servir no tanto como un esclavo, que está obligado a ese trabajo, sino como una persona libre que ofrece generosamente sus capacidades y sus fuerzas, que se entrega no a favor de un grupo o de una parte, sino de todos los que necesitan su ayuda, sin excepciones ni prejuicios.
Es una llamada también para nosotros hoy, a tener mente y corazón abiertos para reconocer y ocuparnos de las necesidades de los demás, a ser activos en construir relaciones auténticamente humanas, a sacar provecho de nuestros talentos por el bien común, volviendo a empezar cada día a pesar de nuestros fallos. Es la invitación a ponernos en el último lugar para impulsar a todos hacia el único futuro posible: la fraternidad universal.
«Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
En un comentario a esta palabra de Jesús, Chiara Lubich sugirió cómo transformarla en vida concreta: «Eligiendo con Jesús el último lugar en las innumerables ocasiones que nos ofrece la vida diaria. ¿Que nos han encomendado un cargo de cierto relieve? No nos sintamos “alguien”, no demos pábulo a la soberbia ni al orgullo. Recordemos que lo más importante es amar al prójimo. Aprovechemos esa nueva situación para servir mejor al prójimo, y no olvidemos estar atentos a lo que parecen cosas pequeñas, las relaciones personales, las humildes tareas cotidianas, ayudar a los padres, la paz y la armonía en la familia, la educación de los niños… Sí; vayan como vayan las cosas, recordemos que cristianismo significa amar, y amar preferentemente a los últimos. Si vivimos así, nuestra vida será un continuo edificar el Reino de Dios en la tierra, y sobre este esfuerzo Jesús prometió todo lo demás por añadidura: salud, bienes, abundancia de todo… para repartirlos a otros y convertirse así en los brazos de la Providencia de Dios para muchos»[1].
«Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos».
Proteger la casa de todos es un modo de servir al bien común especialmente actual y que podemos compartir con muchas personas en el mundo, y es desde hace años un tema de peso para dar testimonio cristiano juntos. Recordemos en particular que, para un número de Iglesias siempre creciente, este mes de septiembre se abre con la celebración de la Jornada de la Creación, que se prolonga hasta el 4 de octubre, con el Tiempo de la Creación. En una de estas ocasiones, la Comunidad de Taizé propuso esta oración: «Dios de amor, mientras permanecemos en tu presencia, haznos capaces de captar la infinita belleza de lo que has creado, de todo lo que viene de ti, de su inagotable compasión. Aumenta nuestra preocupación por los demás y por toda la creación. Enséñanos a descubrir el valor de todo y haznos portadores de paz en la familia humana»[2].
LETIZIA MAGRI
[1] C. LUBICH, Palabra de vida, septiembre de 1985, en EAD Palabras de Vida/1 (1943-1990), Ciudad Nueva, Madrid 2020, p. 351.