Incluso cuando decimos no tener prejuicios, a veces, experimentamos vergüenza ante algunas situaciones.
Por ejemplo: cuando hablamos con un ex presidiario, un pobre indigente, alguien con alguna enfermedad, alguien de una categoría social o profesional que consideramos “inferior” a la nuestra. Delante de estas personas quedamos bloqueados o las evitamos. A veces, de modo sutil, no aparente. Pero, dentro de nosotros el prejuicio existe.
Otras veces, somos víctimas de algún tipo de exclusión.
Este freno activado por el prejuicio, impide que el otro crezca, que cambie de situación, que se sienta acogido y reconocido como persona; cómo ser humano digno de compasión, de misericordia y amor.
Cada persona debe ser reconocida como un igual y no como alguien que está por debajo de los demás.
Delante de Dios todos somos iguales. Así es como debemos reconocernos.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
En vez de infundir en este mundo la fraternidad, ofendemos a Dios y paralizamos sus planes cuando nos prejuzgamos sin fundamento. No aprueba Él la indiferencia ante el mal y la mentira, pero nos pide siempre el amor y la misericordia. (P.M.)