“Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.” (Mt. 11,30)
Cada vez que nos lamentamos de una dificultad, esta se vuelve más pesada, porque nuestra atención se centra en el problema y no en la solución.
Muchas veces la solución es tener la humildad de pedir ayuda o simplemente tener calma y docilidad para no perder la lucidez.
En todos los casos, salir de uno mismo para amar al otro es una fuente de luz que no solo nos ayuda a comprender y aceptar nuestros problemas, sino que muchas veces los hace tan pequeños frente a las dificultades del hermano, que se vuelven insignificantes.
Debemos poner de nuestra parte, arremangarnos las mangas y amar concretamente con humildad y mansedumbre, entregándonos completamente a la Divina Providencia.
En Dios encontramos descanso y consuelo. El problema no siempre desaparece, pero la confianza en Dios aliviana cualquier dificultad.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Como los padres hacen suyos los problemas de los hijos; como se vive todo en familia, y la vida se convierte así en una sabia lección, es "una herejía" separar a Dios de nuestros problemas. Somos sus hijos. Solos nunca, en Familia. (P.M.)