Poner en práctica la palabra de Dios tiene sus consecuencias, que podemos llamar frutos.
No basta estudiar y comprender la Palabra, tenemos que practicarla, vivirla.
Los primeros frutos ocurren dentro de nosotros mismos. Ella promueve una transformación en nosotros, a veces de modo radical, y nos hace adquirir una nueva personalidad, de cierta manera, más próxima a la personalidad de Jesús que es la Palabra encarnada.
Después, se dan los frutos a nuestro alrededor por medio de un amor concreto: en la comunidad donde vivimos, en la familia y en todos los ambientes donde nos encontramos de forma temporal o permanente.
Se va convirtiendo vida en nuestra vida, nos transforma, hasta que somos capaces de decir como Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.” (Gl. 2,20)
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Cuando se intenta vivir en la presencia de Dios, es fácil oírle sugiriendo, corrigiendo, guiando... Es constate Sembrador, nosotros tierra y semillas suyas. Los demás comprobarán que la cosecha es siempre nuestro amor concreto. (P.M.)