Cada persona debe sentir a través de nosotros que Dios la ama inmensamente, que está dispuesto a perdonar todas sus faltas y que la acoge como un Padre.
Jesús en su vida terrena demostró con hechos la infinita misericordia de Dios. Él amó a todos: enfermos, pecadores, pobres y ricos, huérfanos, viudas. Y todos experimentaron un cambio radical en sus vidas.
Jesús asumió nuestras faltas y nos transfirió su justicia, culminando con su abandono en la cruz, cuando realizó el rescate final y definitivo de cada persona que creyó y cree en el perdón como una dádiva del Padre.
Nos dejó como legado: ser instrumentos de esta Misericordia para cada persona que pasa a nuestro lado.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Perdonamos no porque nos dé igual el mal que se nos hizo, sino por un acto de voluntad libre, porque queremos vivir y mostrar también nosotros esa misericordia de Dios que nos mira y nos ama más allá de nuestros errores y defectos. (P.M.)