Debemos reconocer nuestra fragilidad y al mismo tiempo creer que somos capaces de cambiar; debemos confesar nuestros pecados sabiendo que Dios es misericordia infinita. Si Él no nos condena, no nos condenemos a nosotros mismos, porque el amor cubre un cúmulo de pecados.
No condenemos al otro por su debilidad, porque es en la debilidad que Dios revela su fuerza.
El tiempo que pasas en culparte y culpar a los demás, te hace perder la oportunidad de recomenzar juntos.
Perdono al otro porque se perdonarme a mí mismo. Me perdono porque creo en el amor misericordioso de Dios.
Vale la pena vivir por este amor, amándonos y perdonándonos mutuamente.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Es una "lluvia" la misericordia que puede venir solo del cielo: el amor de la Madre es como esa "nubecilla que sube del mar" y nos libra de ser más propensos a juzgar que a comprender, a mirar los defectos que a cubrirlos y disculparlos. (P.M.)