Jesús encuentra un hombre en el que vivía en una legión de los espíritus impuros. Vivía aislado de la convivencia con todos, nadie lo quería cerca.
En este encuentro, Jesús no lo condenó, no lo juzgó, ni lo castigó. Simplemente lo liberó y lo envió a dar testimonio de la misericordia de Dios con él.
Todos tenemos una legión de pecados, de malos hábitos, de ofensas, de cosas “impuras”.
En nuestro encuentro con Jesús podemos ser liberados de todo, porque la misericordia de Dios es infinita y hecha a la medida de cada uno de nosotros.
Con la misma misericordia que Dios nos trata, podemos tratar a cada persona que encontremos hoy, y siempre.
Sepamos distinguir el pecado del pecador: el pecado debe ser aborrecido, el pecador debe ser amado.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
apoloniocnn@gmail.com
Si Dios, que es la Verdad y la Justicia puras, nos mira a todos con "entrañable misericordia", como una madre mira a sus hijos, yo, con mis prejuicios y falsedades, ¿podré ser "juez de guardia" de mis hermanos? (P.M.)