Una ofensa o una injusticia, provoca una herida que es difícil de curar. Sin embargo, el bálsamo del amor que perdona setenta veces siete suaviza sus efectos y nos pone por encima de cualquier daño.
Un corazón que ama no toma en cuenta las ofensas, porque la recompensa que Dios le da es tan sublime y tan amable para el alma que ella siente sólo el inmenso amor de Dios.
En estas ocasiones, adquiere sentido lo que Jesús nos pide cuándo dice: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mt. 5,44)
La recompensa es la paz que se establece en nuestro corazón.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
¿Enemigo? Sí, porque no le caigo bien, o por un desaire, un pequeño desprecio... ¿Amarlo? ¿No basta con no desearle ningún mal? Si me precio de ser hijo de Dios, no basta. Pero Dios pone el 99%; pongo yo el 1, y rezo, y puedo. (P.M.)