Las Sagradas Escrituras contienen la Palabra de Dios. Sin embargo, sólo la comprende quien tiene un corazón dócil.
Fueron escritos por personas bajo el influjo de una gracia especial y como fruto de la vivencia de un grupo unido por esa docilidad necesaria para su exacta interpretación.
A través de su lectura Dios nos habla directamente al corazón. Su Palabra tiene el poder de hacernos nacer de nuevo: viviéndola, poco a poco, nos convertimos en palabras vivas.
La Palabra es una de las fuentes donde podemos encontrar a Dios. Ella contiene la semilla de la verdadera vida, que puede germinar en nuestro corazón si somos dóciles a escucharla. Son palabras de vida eterna.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
"Como el barro en manos del Alfarero": obedientes, humildes, "moldeables". Que el dolor y las contradicciones de la vida no "endurezcan" nuestro corazón, al contrario. Si creemos en las "Manos de Dios", mejor facilitar su trabajo. (P.M.)