Empecemos por reflexionar sobre lo que nos aprisiona, para entender mejor qué tipo de libertad nos trae el Espíritu del Señor.
Los vicios, el apego a las cosas materiales, el apego excesivo a las personas y a nuestras ideas. Podemos convertirnos en rehenes del odio, de la envidia, de la soberbia y del orgullo, de la violencia.
Muchas de estas “prisiones” pueden ser sutiles y solo las percibimos cuando vemos que nos hacen infelices.
Vivir la Palabra de Dios nos devuelve a la verdadera vida, a la verdadera libertad, porque en ella está contenida el Espíritu del Señor, que nos lleva a amar sin hacer distinción, a ser los primeros en amar y a reconocer la presencia de Dios en cada persona.
Nuestra libertad comienza con “amar al prójimo como a nosotros mismos”, con “amarnos los unos a los otros”.
Nuestra libertad es la libertad del amor puro, que solo se puede lograr con la presencia del Espíritu del Señor.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Los padres se sacrifican por los hijos, y estos gozan de un clima de amor y confianza, como peces en el agua. Dios se "sacrifica" por nosotros y nos sumerge en "aguas saludables": Palabras eternas que sacian el corazón. (P.M.)