La máxima medida de mi amor al prójimo es estar dispuesto a dar mi vida por él. No necesariamente morir físicamente, sino ofrecer mi tiempo, mi disposición para servir. Mi comprensión, mi perdón, compartiendo todo lo que tengo, talentos, conocimientos, bienes materiales y dones espirituales.
Si por cinco minutos me olvidé de mí para servir al prójimo, esos fueron los cinco minutos de mi vida que di por él.
Actuando constantemente con esta intensión, si un día realmente me piden la vida física por amor a mi hermano, estaré listo para hacerlo porque ya entrené toda mi vida.
Perder mi idea, ceder mi espacio en la fila, ofrecer un lugar para sentarse, escuchar, detenerme por un momento en lo que estoy haciendo para prestar atención a alguien, responder una llamada telefónica; todo esto puede ser solo una sucesión de gentilezas, pero si tenemos la intensión de amar al otro, esto es dar nuestra propia vida.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Así ama Dios; así aman sus hijos. Se ve. Los hijos de Dios mayores, crecidos (padres y madres), se juegan la vida cada día por los demás. Los hijos de Dios pequeños damos cosas pequeñas. Pero solo así, dando-renunciando-, crecemos. (P.M.)