“…y tendrán una alegría que nadie les podrá quitar.” (Jn. 16,22)
Nuestra alegría no debe ser solo circunstancial, sino perenne. Es una alegría que viene de la certeza de la fe, de la fidelidad constante al amor, de la presencia de lo divino entre nosotros.
Jesús pasó por el sufrimiento extremo de la cruz, para que nadie quedase sin respuestas delante del dolor. En Él todos los “por qué” son respondidos y todas sus respuestas muestran la entrega total a Dios en la hora de la oscuridad como garantía y certeza de resurrección.
Por lo tanto, aunque mi corazón grite: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”, que todo mi ser diga inmediatamente: “En tus manos Señor, encomiendo mi espíritu.”
Esta es la alegría del Evangelio que debemos llevar: la certeza de la salvación y la fe en la resurrección.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
"Tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor corrió la piedra del sepulcro". Hermanos de sangre del Resucitado, abrir, como ángeles, "las puertas de la vida" a tanta descreencia y tanto dolor oscuro, es nuestra gran vocación. (P.M.)