Acoger la palabra de Dios tiene un significado mucho más profundo que solo escucharla. Significa creer, aceptar y, sobretodo, vivir la Palabra.
María es el ejemplo más cercano a nosotros de una criatura que creyó y vivió la Palabra, de tal manera que ella se hizo carne de su carne.
Podemos experimentar la encarnación de la Palabra en nosotros, haciendo que ella se convierta en vida.
La Palabra de Dios cumple sus efectos de manera muy evidente, pero Dios espera nuestra plena adhesión para hacerla fructificar.
Dios espera que repitamos las palabras de María en la anunciación, asumiendo también la gran responsabilidad que esto conlleva: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.” (Lc. 1,38)
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Cuando le dedicamos a Dios el "primer beso" de la mañana, Él se expresa enseguida, elocuente, penetrando en la "entrañas del alma, en los afectos y en la conducta". Los demás lo notan. Y el "Emmanuel" -Dios con nosotros- se difunde. (P.M.)