Ante Dios nuestro nombre podría ser gratitud: un agradecimiento por su infinito amor.
Agradecer por cada respiro, cada latido de nuestro corazón, por cada minuto, cada segundo, por la vida.
Agradecer por todos los momentos alegres, por todas las conquistas, por las amistades, por la familia.
Agradecer por todas las circunstancias dolorosas, por las barreras que enfrentamos que nos fortalecieron, que nos enseñaron la resiliencia, el recomenzar.
Agradecer por el amor que recibimos; y también por cuánto amor damos.
Agradecer a Dios por visitarnos en todo momento, por mostrarnos su rostro en los hermanos y hermanas que encontramos.
Gracias señor, por todo y por siempre.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento
Esa gratitud constante nos "eleva" a la bendita condición de pobres. No puede ser que personas carenciadas sean más felices y agradecidas, a veces, que quienes lo tienen todo. ¡Dios nos libre de pertenecer a esta segunda categoría! (P.M.)