No porque negamos los defectos de los otros, sino porque no olvidamos primero los nuestros. Esa propia "imperfección" nos vuelve exigentes, precipita los juicios, nos hace desconfiados... ¡Cuánto tiempo nos lleva ser misericordiosos! (P.M.)
Mostrar el error del otro para decir que tenemos razón, poco a poco nos vuelve despiadados.
Mientras que creer que el otro puede cambiar, es señal de que yo también puedo.
Es decir, todos somos susceptibles e imperfectos, pero basta que nazca el deseo de cambio en nuestro corazón, que Dios deposita en nosotros la confianza total, nos da el consuelo de su misericordia y nos ve nuevos.
No se trata de dar una oportunidad a los demás, es cuestión de darnos una chance a nosotros mismos, y tener una mirada semejante a la mirada de Dios.
Amémonos hasta el punto de adquirir esa mirada de Dios hacia los demás; es decir, tener misericordia unos para con los otros y vernos siempre nuevos.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento