Para vivir con humildad, con los pies en el suelo, recordar que nada somos y nada tenemos que no hayamos recibido. Veremos así con lucidez de cuántos peligros Dios nos ha librado y cuánto "nos ha llevado sobre alas de águila". (P.M.)
Tengo mucho que agradecer: primero, por haber sido creado y haber sido conservado con vida hasta el día de hoy; agradecer por los dones recibidos a lo largo de todo el camino recorrido; por la familia, por los amigos, por los hermanos y hermanas en la fe; por todas las riquezas espirituales recibidas, incluso sin merecimiento; por los bienes materiales que me concedió la divina providencia y con los cuales pude vivir bien y ayudar a mucha gente.
Agradecer también por los dolores, por las dificultades, que me hicieron más fuerte en la fe y me hicieron sentir más cerca de Dios; agradecer por las incomprensiones, especialmente aquellas que resultaron de la elección de Dios en mi vida.
En resumen: agradecer por todo, por la vida.
Que al final de cada día y también en mi encuentro definitivo con Dios, lleve solo una palabra en mi boca: “gracias”. Y en mi corazón un solo sentimiento: “Gratitud!”.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento