Que hable ante todo nuestra buena conducta, lo interior, la vida, nuestras acciones. Esa coherencia será lo que convenza de verdad. De otro modo, seremos mentirosos, y la incoherencia vaciará de sentido nuestros pobres "sermones". (P.M.)
El que aprende con el ejemplo de quien ha vivido virtudes, adquiere un sentimiento de pertenencia a una comunidad que acostumbra practicar el bien, no por temor a una ley que castiga, sino por libre y espontánea voluntad.
Un pensamiento atribuido a Confucio dice: “Las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”
La enseñanza de Jesús no es diferente; es más, va mucho más allá, porque Él nos dice que debemos dar un ejemplo colectivo: “En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros” (Jn. 13,35)
Por lo tanto, primero vivir, y sólo después, hablar.
Que nuestras palabras sean siempre un testimonio coherente con lo que creemos y vivimos.
Abrazos,
Apolonio Carvalho Nascimento